
Día 1: Navegación a Cayo Largo: Una noche bajo las estrellas del Caribe (18 de marzo de 2025)
Todos nos reunimos por primera vez en Cienfuegos, un encantador puerto cubano ligeramente ruinoso, donde la elegancia colonial se une al bullicio caribeño. El Colibrí estaba preparado, con las velas recogidas, tirando suavemente de sus cabos como si estuviera ansioso por zarpar. La tripulación se reunió con esa mezcla de expectación y ligera confusión que suele acompañar al primer día de una aventura. ¿Y ahora qué?
Tras las amables discusiones habituales, un vistazo a la carta para evaluar el tiempo y sopesar nuestras opciones, y un poco de comida local para comer, decidimos no quedarnos. Se preveía que el viento, tal como estaba, amainaría al día siguiente. Era mejor aprovecharlo mientras pudiéramos. Por delante estaba Cayo Largo, una mota de paraíso a 75 millas náuticas al suroeste. No era exactamente la autopista de la Reina, pero era una ruta que prometía estrellas, mar y algo totalmente distinto.
Partimos bajo un cielo apacible, con la normativa cubana insistiendo en un motor de 10 millas antes de que pudiéramos izar velas y dar vida de verdad a Colibrí. Una vez en mar abierto, izamos las velas y nos entrenamos, tanto con el barco como, lo que quizá sea más importante, entre nosotros. Luego nos dirigimos hacia el oeste, programando nuestro paso para no encontrarnos en la oscuridad en los bajíos de Cayo Largo. El mar se extendía, con un curioso tono peltre, y el viento -ligero, indeciso y casi directamente detrás de nosotros- nos empujaba. No era lo ideal, y estaba un poco revuelto, pero era manejable.
Trasluchamos suavemente a través de la noche, balanceando las velas al ritmo del mar. No era rápido, pero era tranquilo y extrañamente hipnótico. Por encima de nosotros, un cielo espolvoreado de estrellas, de esas que sólo se ven en los planetarios o en los libros de texto, ahora esparcidas por el firmamento como confeti.
Hay algo en una navegación nocturna por el Caribe. Es apacible, ligeramente surrealista, como si hubieras entrado en el sueño de otra persona y te hubieran permitido quedarte. Por la mañana, el mar pasó de un azul marino intenso a un turquesa imposible, y apareció Cayo Largo, una franja de arena, palmeras y casi nada más.
Anclamos, un poco cansados, completamente salados, pero totalmente contentos. Un viaje iniciado. Un pequeño triunfo. Y la primera muestra de esa peculiar y maravillosa libertad que sólo puede aportar un barco. ¡Sigue la diversión aquí!